domingo, 12 de julio de 2009

LA SOCIEDAD DE LOS MITOS


La desigualdad nos rodea. Nadie lo podría negar, ni el más adinerado, que cuenta con todos los medios posibles para aislarse del mundo y levantar un muro que lo ilusione con una realidad irreal, y a su criterio ideal. Tarde o temprano, el concepto de desigualdad social se hace presente en la vida de todos los sujetos de una sociedad, como un silbido lejano que parece incapaz de atravesar los vidrios blindados y los bloques de cemento dispuestos por unos pocos que dirigen el rumbo de las distintas comunidades.
Sin embargo, los aliados de los “directores de la orquesta” se empeñan en mantener la crueldad y la violencia –no justamente física- que implica la desigualdad bajo la alfombra. Valga la redundancia, en un momento se torna insostenible, y queda a la vista de todos, aunque sea por un instante, que el mundo no está para nada bien.
Ese punto de inflexión puede suscitar las más variadas reacciones. Mientras unos lo ven como un hecho irrelevante, otros lo conciben en base a la previa naturalización de dicho fenómeno, y unos pocos lo toman como punto de partida para la acción. Estos últimos, sin embargo, se hallan limitados: frente a ellos, una poderosa máquina se levanta y se acciona en pos de la legitimación y conservación de la realidad, aunque aparentemente se muestre preocupada por la macabra desigualdad que acecha a miles de millones de individuos alrededor del planeta.
Esa máquina no es una abstracción; más bien, es una síntesis en parte metafórica que abarca todos los instrumentos con los que la gran burguesía mundial domina el mundo. Instituciones públicas y privadas, armamento y medios de comunicación son una parte de ella. Sin embargo, la represión de las armas nada puede hacer en comparación al discurso político-económico instalado en las sociedades. Ese discurso, por más disfrazado que se encuentre, no deja de ser un mito; un mito asesino, un mito fuertemente politizado, un mito que se muestra maquillado con frivolidad pero que reproduce desigualdad.
Ese mito está presente en todos lados, puede ser oído en todo contexto, y está enérgicamente arraigado en las conciencias de los sujetos, por lo que su pronunciamiento ofrece escasas resistencias. Aunque atraviesa a todas las clases sociales, quienes más hacen uso de dicho discurso son los miembros de la mediocre clase media, que se cree educada e inteligente, pero que es usada como ganado por unos pocos que necesitan poder legitimado, voz y voto. Por ejemplo, cuando un niño hijo de una familia de clase media se pregunta, impresionado, cómo su compañero de curso puede tener una casa tan grande y lujosa, su padre resuelve el asunto con una apelación al “esfuerzo, dedicación y éxito” del burgués propietario. Algo similar sucede cuando un joven, un tanto curioso, cuestiona el por qué de la desigualdad entre un obrero y un empresario, que trabajan la misma cantidad de horas: no solo recibe respuestas igual de falaces e insignificantes, sino que también es estigmatizado por quienes lo oyen.
En otros términos, es a través de mitos –fortalecidos desde las más variadas instituciones y medios - como opera principalmente el poder para legitimar y reproducir la dominación y el privilegio de unos pocos.
Entonces, ¿qué mejor que empezar por romper mitos e impedir que las masas caigan en la red de la ignorancia?

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